Saturday, July 11, 2009

Hades / Plutón




Tras la división del universo en tres partes, Hades se convirtió en el soberano del mundo subterráneo. En alguna parte del reino de las sombras tenía el dios su palacio, al que nadie, salvo él y su esposa Perséfone, tenía acceso. Aunque también dicen que está cerca del Erebo, el lugar más sombrío e inaccesible de los Infiernos.

Hades era un dios barbado y tenebroso; muy temido por los griegos, era sin embargo un justiciero implacable, aunque no malvado, que se sentaba en las profundidades del submundo con un cetro en las manos y gobernaba impasible a las almas de los muertos que poblaban su reino sombrío y desconocido; no representaba a la muerte, sino que simplemente era el dios de los muertos. Estas funciones lo tenían tan ocupado que rara vez abandonaba su reino para subir al Olimpo. Quizás por ese motivo, algunos no suelen incluirlo entre de los dioses olímpicos. Hades sólo visitaba la atmósfera superior por asuntos de trabajo o cuando se sentía dominado por la lujuria.

Su nombre da mal augurio, se le denomina el invisible, por lo que no se le nombra o se le llama con otros nombres, Plutón, el rico, es el más corriente, ya que al ser el dueño de las profundidades de la tierra en sus dominios se encuentran los metales y el suelo se hace fecundo. Pero también se le llamó Clymenus, el notable, Eubuleus y Polydegmon, quién recibe a muchos.

Se le suele representar sentado en un trono con un cetro y una patena, o el cuerno de la abundancia, o en el carro arrastrado por dos caballos que usará para raptar a Core, Perséfone o Proserpina.

Poseía un casco que lo hacía invisible, regalo de los Cíclopes, su bien más preciado. En alguna ocasión lo prestó a los héroes a quienes protegía. Como se ha indicado, le pertenecen todas las riquezas y tesoros ocultos bajo la tierra, pero no tiene ninguna propiedad sobre la tierra.

Perséfone, su esposa, le es fiel, pero no tiene hijos con él y prefiere la compañía de Hécate, diosa de las brujas, a la de su esposo. Ante semejante abandono, Hades busca aventuras pasajeras con mortales o con ninfas de la vegetación y de los bosques.

Vivía rodeado de las divinidades infernales, sus sirvientes y mensajeros, y dictaba a la Tierra la terrible ley de la muerte. Sin embargo, al igual que Perséfone, en ocasiones lo invocaban los agricultores y se le representaba bajo los rasgos de un dios plácido, que sostenía en una mano un cuerno de la abundancia y en la otra, herramientas de arado.

Hades no juzga ni decide adónde van las almas, que ése es cometido de los tres jueces; Hades simplemente gobierna este mundo tenebroso, aunque hay ocasiones, en los casos muy complicados, en las que Hades tiene la última palabra.

El Averno

Nunca se ha sabido bien dónde se encuentra la entrada del Averno. Los que han tenido la suerte de visitarlo y salir luego «a ver nuevamente las estrellas», Orfeo, Heracles, Teseo, Ulises, Eneas y Dante Alighieri, nunca han sido demasiado explícitos al respecto. Hay quien habla de «un bosque de blancos chopos a orillas del río Océano» o de «umbríos sitios del Tenaro, promontorio de la Laconia» o de «una profunda caverna de vasta abertura, protegida por un lago negro y las tinieblas de los bosques» o, por último, de «una selva oscura». Con las palabras «luego salimos a ver nuevamente las estrellas» cierra Dante el canto XXXIV y último del Infierno en su Divina Comedia.

Pero todos están de acuerdo en que justamente donde empieza el Más Allá está el Aqueronte, río tenebroso, con un barquero, llamado Caronte, más tenebroso aún, que, además, pretende que le paguen el viaje. Por eso, los griegos tenían la costumbre de poner una moneda en la boca de los cadáveres, a fin de que estuvieran en condiciones de pagar el transporte.

Había allí un perro fabuloso, Cerbero, «de broncíneo ladrido, de cincuenta cabezas, despiadado y feroz», que guardaba las puertas del infierno. Era hijo de Tifón y Equidna, ninfa monstruosa hija a su vez de Medusa; tenía el lomo erizado de serpientes, la cola de dragón y sus fauces destilaban veneno. Se encontraba en la otra orilla de la laguna Estigia, por donde el barquero Caronte llevaba las almas desde la tierra al Hades o Averno. La principal misión de Cancerbero era no dejar salir a nadie. Sólo dos veces no pudo evitarlo. Una cuando Orfeo lo enterneció con la música de su lira, y otra cuando Hércules consiguió encadenarlo en lucha abierta y se lo llevó a Trecena, que fue uno de los doce famosos trabajos del héroe. Pero después lo devolvió.

Cuando alguien moría, Hermes conducía al muerto hasta el río Estigia, donde el barquero Caronte recogía en su barca al muerto y lo llevaba al otro lado. Varios ríos recorrían su reino:

1. Acheron el río de la tristeza
2. Cocytus el río de las lamentaciones
3. Lethe el río del olvido
4. Phlegethon el río del fuego
5. Styx el río del odio
Tras atravesar en la barca de Caronte la laguna Estigia, se encontraba con Cerbero, que, como Caronte, vigilaba que no pasase ningún ser vivo. Los muertos se sometían al juicio de Minos, Radamantis y Éaco, que los mandaban por tres senderos según sus actos:

En el primer sendero estaba la llanura de Asfódelos, aquí se quedaban los mediocres.

En otro camino se encontraban los Campos Elíseos, donde iban los afortunados.

El último el Tártaro, que era un lugar tétrico, oscuro y funesto, habitado de formas y sombras incorpóreas y custodiado por Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de dragón y que Heracles pudo capturar.

Había horrendos ríos que separaban el Hades de la tierra por los que se pasaba conducidos por el anciano Caronte. En algún lugar de toda ese tétrico mundo se situaba el palacio del dios Hades, con muchas puertas, y lúgubres almas deambulantes.

En la Ilíada se narra el enfrentamiento de Hades y Heracles; cuando el héroe quiso entrar en el reino de las tinieblas derrotó al olímpico, lo hirió de un flechazo o de una pedrada, y hubo de ser conducido al Olimpo para que Péan, el dios médico, lo curase, que le aplicó un bálsamo milagroso que le cauterizó la herida en un santiamén .

En la religión griega raramente se personifica la muerte. Ni Hades ni Perséfone, a pesar de ser los dioses del Tártaro y de su carácter, se identifican con la muerte.

En la antigüedad, de hecho, la muerte era un término abstracto, el sentimiento de miedo a lo desconocido. El culto extremadamente minucioso que practicaban los griegos, bajo la forma de ofrendas, era un homenaje necesario que se ofrecía a las almas que habían franqueado los límites de lo conocido y que habían entrado de esta manera en comunicación directa con las divinidades. Sin embargo, este culto no era la expresión de una veneración temerosa a una divinidad concreta que tendría por nombre la Muerte.

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